El 11 de mayo de 1939, hace ahora 85 años, fallecía en Las Arenas de Getxo (Bizkaia) el arquitecto Alberto de Palacio Elissague (también, Elissagüe). Recientemente he recordado en el blog una publicación sobre los meses previos a la finalización de las obras de reconstrucción del Puente Vizcaya. Hoy recojo la esquela y la nota necrológica publicada sin firma por el periódico La Gaceta del Norte, de tendencia católica y monarquica.

Esquela de Alberto de Palacio Elisagüe. / La Gaceta del Norte. 12 de mayo de 1939.

Esquela de Alberto de Palacio Elissagüe. / La Gaceta del Norte. 12 de mayo de 1939.

Don Alberto Palacio Elissagüe, constructor del Puente «Vizcaya» murió ayer en Las Arenas

Sus contemporáneos le calificaron de visionario

Pero la voz de Eiffel sonó en su defensa y el genio llevó a cabo su obra

Don Alberto Palacio Elissagüe, constructor del Puente «Vizcaya», murió ayer en Las Arenas. Tenía ochenta y tres años. A partir de su obra cumbre, que fué la del puente grandioso y del transbordador que enlazaban las dos riberas del Nervión en su desembocadura, apenas volvió a hablarse de él. Y es que don Alberto Palacio era un hombre fundamentalmente sencillo y humilde, negado a toda ostentación, huidizo por naturaleza a los halagos de la fama.

No quiere decir esto que estuviera ausente del impulso progresivo de Vizcaya, su tierra. Tan dinámico y emprendedor como amigo de ocultarse, a su iniciativa se debe un sinnúmero de preclaras ideas que culminaron en realidades magníficas. Hasta los últimos días de su larga vida, estuvo siempre al acecho de proyectos que elevaran el nivel de la técnica de la Patria. Porque don Alberto Palacio, vizcaíno muy de corazón, era un patriota de exaltadas devociones por la grandeza de España. No hace un mes todavía se dirigía a nosotros sugiriéndonos ideas para emprender una campaña encaminada a divulgar la riqueza emanante de las autovías, destinadas a unir los más importantes puntos de producción. Y derivando su pensamiento al bienestar de Vizcaya, se fijaba de un modo especial en la autovía Valencia-Madrid-Bilbao, que tendría la virtud da enlazar lo que él llamaba las zonas agrícolas, políticas e industriales «más importantes de España, al mismo tiempo que acortaría de modo tangible la distancia entre el Atlántico y él Mediterráneo». «La idea no es nueva —nos decía el señor Palacio—, pero hasta ahora ha tropezado con una falta lamentable de comprensión. Hoy, con él triunfo feliz de las armas de España será, gracias a Dios no difícilmente realizable.»

Un día de julio dé 1893 se inauguró con solemnidad extraordinaria el grandioso puente metálico que unía las orillas de la ría de Bilbao, en el dintel mismo del Puerto. La amplia línea de muelles bilbaínos iba a contar con una portalada magnífica, una de las más bellas del mundo, gracias a un ingeniero-arquitecto bilbaíno, Alberto Palacio, de quien recibió nombre la asombrosa construcción. Pero esto no se acondicionaba bien a los modos de humildad del insigne constructor, que cedió a Vizcaya el honor de rotular la nueva construcción. Y fué así como el «Puente Palacio» pasó a llamarse «Puente Vizcaya».

Titulares de la noticia necrológica de la muerte de Alberto de Palacio. / La Gaceta del Norte. 12 de mayo de 1939.

De visionario calificaron al audaz Ingeniero-arquitecto muchos de los técnicos de la época. El proyecto se encontró con la mayor suma de trabas imaginable. Fué preciso que Palacio pidiera el dictamen de Eiffel, el constructor de la torre de su nombre y que éste fallara que no solamente era genial, sino plenamente factible, para que las aguas se remansaran y Palacio siguiera su obra hasta verla coronada aquella radiante mañana de julio de 1893.

Don Alberto era hombre de una cultura extraordinaria, gran conversador, infatigable proyectista. Hablaba con soltura una larga serie de idiomas europeos y gustaba aquí, en su tierra, de expresarse en la lengua vernácula, a la que profesaba un culto cordial.

Hacía ya muchos años que había trasladado su residencia a Madrid, donde, muy anciano ya, le sorprendieron los acontecimientos de julio de 1936. La horda no se paró en los achaques del venerable octogenario, gloria de España. Supo de su patriotismo y de sus acendrados sentimientos católicos y esto le sobró para pasearle, durante varios meses de cárcel en cárcel y de checa en checa, entre burlas y martirios, hasta que una Embajada extranjera le arrancó de sus garras y le situó en la España de Franco.

Cuando llegó a nosotros, aquella otra horda de tierras vizcaínas le tenía reservado el dolor de la destrucción de aquella gran portalada metálica de nuestro puerto, obra maestra del genio de Palacio.

Descanse en paz el alma del insigne vizcaíno.

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ARCHIVO: Entradas anteriores sobre Alberto de Palacio y el Puente Vizcaya.

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