Tratar de acercarse a la figura de Alberto de Palacio y Elissague desde un análisis de los hechos comprobables no es una tarea sencilla. Es escasa la documentación que se ha conservado y la mayor parte de ella quedó en manos de sus descendientes. Sus publicaciones no arrojan en general gran luz sobre su trayectoria vital y profesional y, en cualquier caso, sus afirmaciones autobiográficas deben quedar en cuarentena siempre sujetas a la imprescindible verificación. Quedan todas las referencias a sus trabajos y propuestas publicadas en la prensa de la época y queda también su obra. Pero un estudio en profundidad de todo ello requiere cuando menos de la realización de una tesis doctoral sobre su figura y su obra que hasta el momento, que yo conozca, no ha sido abordada.
El caso es que se ha escrito y mucho sobre Alberto de Palacio y Elissague, sobre todo a partir de la celebración del centenario de la inauguración del Puente transbordador Vizcaya en 1993, hace ahora ya treinta años. Y, sin embargo, entre tanta producción editorial, mucho de lo publicado carece de veracidad histórica o es difícilmente comprobable. Es tan escasa la investigación histórica realizada que sobran los dedos de una mano para contarla. Pero por eso mismo, es obligado dejar constancia de aquellas voces que tratan de llegar a la verdad por encima de todos los tópicos repetidos una y otra vez: sobresale el trabajo del historiador del arte Alberto Santana Ezkerra, quien en 1993 publicó «Bizkaia Zubia» 1893 – 1993 Legenda baten eraikintza / «Puente Vizcaya» 1893 – 1993 La Construcción de una leyenda (en Bizkaia zubiarren mendeurrena / Cien años del puente Bizkaia, BFA-DFB), y en 2006 El puente Vizcaya, nuevo Patrimonio de la Humanidad (en RIEV, vol. 51, nº 2). Yo mismo, mea culpa, me he perdido entre los reiterados datos falsos, entre tantos hechos no comprobados repetidos una y otra vez y he contribuido con ello a la desorientación en más de una ocasión.
Alberto Santana, en una reseñable conferencia impartida en el Itsasmuseum de Bilbao el día 22 de enero de 2015, titulada: Martín Alberto de Palacio Elissagüe (1856 – 1939). EL GENIO Y EL HOMBRE. y subtitulada El “Puente Vizcaya” en la obra de Alberto de Palacio. ONE HIT WONDER (de la que no existe texto escrito pero sí la presentación publicada por el autor) nos abrió la puerta de la duda sobre la veracidad histórica de muchas de las afirmaciones que hemos tomado como ciertas en la vida y la obra de Alberto de Palacio.
Pero, ¿cuando empezó todo? Esta pregunta quizás no tenga aún una respuesta definitiva, pero me aventuro a hacer una hipótesis: pudo iniciarse con el artículo firmado por Luis de Armiñan (1899-1987), militar y periodista, publicado en ABC el 26 de noviembre de 1956, en el centenario del nacimiento del arquitecto y diecisiete años después de su fallecimiento y del final de la Guerra Civil. En este artículo, en el que únicamente se menciona una fuente: «los hijos del arquitecto Palacio» se realizan afirmaciones de gran relevancia sobre la formación universitaria del arquitecto que ya sabemos no son ciertas. Alberto de Palacio nunca fue «ingeniero por la escuela de París y médico graduado en la Facultad de la capital de Francia«. Estudió arquitectura en Barcelona y se tituló en julio de 1882.
Sobre su obra, se comienza afirmando que el Palacio de Cristal de Madrid «en plena juventud lo hizo nuestro hombre» lo cual no es en lo absoluto cierto. El Palacio de Cristal fue obra de Ricardo Velázquez Bosco realizado para la exposición de Filipinas de 1887. Hoy día, sin embargo, se mantienen afirmaciones sobre la coautoría de Alberto de Palacio y Elissague que pese a su repetición insistente no ha podido ser confirmada, manteniéndose dudas muy razonables de que dicha colaboración existiera. Cuando se hace referencia al proyecto de monumento a Cristóbal Colón para la exposición de Chicago de 1892, se asegura que el mismo «no llegó a realizarse por la oposición de la técnica norteamericana, que se consideró desplazada«, una afirmación que no merece mayor comentario: el proyecto no se realizó porque, simplemente, era irrealizable. Y, por último: «En Madrid, con el Palacio de Cristal, su primera obra, nos dejó la estación del Mediodía, la primera sin tirantes en su armadura, para que fuera más diáfana y esbelta«. Hoy conocemos que, en efecto, Alberto de Palacio y Elissague firmó el proyecto definitivo de la estación de Atocha madrileña para la empresa MZA, pero existen muy serias dudas sobre la autoría real del proyecto. Y merece también un comentario la afirmación de que el Palacio de Cristal fuera la primera obra de Palacio, porque nos plantea el interrogante acerca de en qué momento se comienza a adjudicar al arquitecto vasco la autoría o coautoría del Palacio de Velazquez de Madrid, obra también de Ricardo Velázquez Bosco, realizada para la Exposición de Minería celebrada en el Parque del Retiro de Madrid en 1883.
ANEXO: artículo publicado en ABC por Luis de Armiñán, en 1956.
ABC Madrid, lunes 26 de noviembre de 1956
LA IMAGINACIÓN AL SERVICIO DE LA TÉCNICA
HACE CIEN AÑOS QUE NACIÓ UN HOMBRE
Por LUIS DE ARMIÑAN
EN estos días, exactamente el 10, se cumplió el primer aniversario del nacimiento de un hombre excepcional, don Alberto de Palacio, bachiller en un año, arquitecto por la Escuela de Barcelona, ingeniero por la de París y médico graduado en la Facultad de la capital de Francia. Bilbaíno madrileñizado, sus primeros y últimos años corrieron en Vizcaya y su estudio lo tuvo en Villaverde Alto. Cautivo en la Cárcel Modelo durante los tiempos rojos, murió en Las Arenas ante su destruido puente colgante, a los ochenta años de edad. Había recorrido el mundo hasta las profundidades del continente negro, que sólo viven los misioneros, para estudiar a su lado al «hombre». Dominador de la ciencia, los hombres destruyeron su vejez y no hicieron amplia justicia a su talento.
No era don Alberto ingeniero, arquitecto, científico, ni doctor, al uso; algo le bullía en la cabeza que se lo impedía. Tuvo ese vuelo imaginativo del inventor, del que desconfían los «técnicos». Cuando un hombre sabe que uno y uno son dos, «pi» esto y los logaritmos férrea tabla, es difícil que se les haga aprobar el sueño de uno de los suyos, que poetiza con números y masas, resistencias y cálculos. Hacer un madrigal en acero, un soneto entre dos orillas de rio ancho o un poema épico con hierro, al Descubrimiento, es ganar fama de loco y ponerse en guerra con los jornaleros y burócratas de la ciencia. Claro que algunos le siguen y animan, pero el peso de los más puede aplastar al audaz. Posiblemente algo así le ocurrió a don Alberto de Palacio, aun después de su triunfo sobre el Nervión, entre Portugalete y Las Arenas.
La actual generación de madurones madrileños ha corrido en el Retiro ante un madrigal arquitectónico, casi de hadas; el Palacio de Cristal. Una gruta a su derecha, un estanquillo al pie y la talla del edificio gentil, como un gran diamante para los juegos del sol. En plena juventud lo hizo nuestro hombre. Los madurones bilbaínos corrieron entre las gráciles patazas del «transbordador» más bello que se pudo imaginar para unir dos orillas, y allí está reconstruido formando parte del escudo de Vasconia. Para la gloria del técnico pudieran bastar árnbas construcciones, para el anhelo del inventor eran simplemente dos pasos. Uno grácil, posible por un acuerdo que ennoblece al Ayuntamiento o al Gobierno que lo costeó, el otro posible por la aportación económica del financiero bilbaíno Letona y la de un práctico en construcciones metálicas, el francés Arnodin. Palacio trabajó, inventó, hizo y siguió sencillamente su camino.
Repasar las fotografías, planos y proyectos salvados del saqueo del estudio de Villaverde por los hijos del arquitecto Palacio admira y abruma. Cada problema nacional tuvo inédita solución en el esfuerzo del técnico-inventor. Muchos debieron llenar sus veladas con ilusiones complejas. Cuando los Estados Unidos convocaron concurso para realizar el monumento a Cristóbal Colón, Palacio presentó un proyecto que tuvo el primer premio y la Medalla de Oro: era un globo terráqueo de 300 metros de diámetro, comentado por Castelar en «La Ilustración Española», que no llegó a realizarse por la oposición de la técnica norteamericana, que se consideró desplazada; al realizar Maura y Marinas el monumento al Sagrado Corazón en el Cerro de los Angeles, hizo el estudio de la cruz de cien metros de altura, en cuyo centro estaría el altar, con la plaza de las 49 capillas para los Patronos de las provincias españolas y la cripta en la entraña de la tierra, que la muerte del marqués de Comillas llevó al olvido, y así la Catedral de Vitoria, el monumento a Alfonso XIII, al final de la Castellana, el de los Fueros Vascongados, la reconstrucción de la basílica de Begoña, las vías submarinas, el Arco de Triunfo sobre el paseo del Prado, con una gran sala de conciertos a 25 metros de altura, y una veintena más.
En Madrid, con el Palacio de Cristal, su primera obra, nos dejó la estación del Mediodía, la primera sin tirantes en su armadura, para que fuera más diáfana y esbelta: su casa de la calle de Miguel Ángel, los cimientos sobre agua del Banco de España y la fábrica de lámparas eléctricas del paseo de Santa María de la Cabeza. Por el mundo, el barrio sobre el mar de Río de Janeiro y distintos sistemas de tranvías aéreos. Y algo más importante, una manera de hacer que se ha llevado a la realidad bajo sus cálculos, en multitud de obras modernas, dentro y fuera de España.
Como Torres Quevedo, Cajal, Peral y Cierva entre otros que practicaron diversas artes o técnicas, este Alberto de Palacio hizo posible mucho de lo que hoy usamos o vemos, pero lo hizo desde Villaverde Alto, y ése fué su error.
Por circunstancias históricas, por manera de ser nacional, los hombres de España no tienen suerte internacional. Se les sigue desde lejos, se les estudia y hasta espía, pero no se les levanta sobre la fama de los elegidos. Quizá sea española la culpa; es así. Cualquiera del medio centenar de genios que en los dos últimos siglos han nacido en nuestra tierra habrían muerto en olor de popularidad, al brotar en otro sitio. Nosotros no es que los tiremos de los pies para ponerles debajo del propio nivel; es que les embromamos, y cuando les llamamos locos, le hacemos ya un gran favor. Otras tildes son más desagradables aún. Y de estos hombres se ha nutrido la ciencia para dar sus pasos más definitivos, sin acordarse, naturalmente, de ellos.
De nuestro olvidado don Alberto de Palacio, ¿quién sabe en Madrid? Sin su puente colgante de Bilbao habría pasado por la vida como un humo. Preguntar a los madrileños quién fue y no sabrán decirlo. A pesar de la estación del Mediodía, que aun utilizamos y admiradnos, y del Palacio de Cristal. Sus otros atisbos, sus demás realizaciones, quedan en los apuntes técnicos o en libros olvidados, como la monografía del ingeniero militar don Lorenzo de la Tejera, publicada por orden del Ministerio de la Guerra, en 1896, y en la que se dice que el puente de Vizcaya realiza el ideal de salvar luces muy grandes sin apoyos intermedios. Luego se han hecho otros, el primero fue español.
Cíen años ahora del nacimiento de un hombre que supo elevar su propio monumento, sin aprovecharse de la gloria que pudiera reportarle.
Para que no le olviden en el resto de España, como no le han olvidado en la provincia de Vizcaya, hemos escrito estas líneas.
L. de A.
Javier
Yo también, como tú, Joaquín, confieso mi culpa en la divulgación de hechos atribuidos a Alberto de Palacio y nunca verificados por mí, contribuyendo a la confusión en vez de al esclarecimiento. Sin duda, falta esa tesis doctoral, una investigación solvente.
Joaquin
Así es. Esperemos la llegada del o de la valiente. Y, mientras tanto, vayamos haciendo lo que esté en nuestras manos para ir aproximando la lámpara a la verdad.