Cinco meses después de la finalización de las obras e inauguración del puente transbordador de Portugalete, Ferdinand Arnodin publicaba un folleto de cuarenta páginas bellamente encuadernado. En enero de 1894, es decir, ahora hace 130 años, se iniciaba así por el ingeniero y empresario francés la difusión del novedoso tipo estructural que acababa de construir en la ría de Bilbao, con objeto de repetir la experiencia en el mayor número posible de localizaciones. Se iniciaba la comercialización del puente para el que, simultáneamente en Bilbao y París, habían presentado solicitud de patente el arquitecto Alberto de Palacio y él mismo el 5 de noviembre de 1887, poco más de seis años antes.
El folleto, titulado «NOTICE SUR LE PONT A TRANSBORDEÜR OU VOIE FERRÉE A RAILS SUPÉRIEURS POUR LA TRAVERSÉE DES PASSES MARITIMES», está firmado por F. Arnodin, ingenieur-constructeur spécial de ponts suspendus a Chateauneuf-sur-Loire y se divide en dos apartados. En el primero de ellos, a modo de introducción, Arnodin realiza un repaso de las posibilidades que la técnica y los recursos económicos disponibles pueden ofrecer para la travesía de pasos marítimos: Barcos o transbordadores, puentes giratorios, basculantes o levadizos, puentes elevados, túneles subterráneos y transbordadores rodantes. En el segundo apartado Arnodin expone en detalle su propuesta de puente transbordador y las posibles variantes del mismo para adaptarse a cada situación concreta. El folleto se completa con dos anexos destinados a reforzar su propuesta con una realización ya en funcionamiento, el Puente Vizcaya. El primero de los anexos describe en detalle las características del puente construido y el segundo reproduce el acta de la recepción de las obras que tuvo lugar el 27 de julio (Real Decreto de 10 de agosto de 1893).
En el apartado introductorio, Arnodin expone de un modo breve y claro las ventajas e inconvenientes de las diferentes alternativas existentes para las travesías en los pasos estrechos navegables, marítimos o fluviales. Hace referencia a los caros ferrys con plataforma móvil puestos en marcha en el Clyde escocés y a la imposibilidad de utilizar puentes móviles en aguas no tranquilas; enfatiza las largas rampas de acceso necesarias para construir puentes fijos que superen los 50 m de gálibo (el Duquesne, de la marina francesa tiene mástiles de 51 metros, explica), con lo que supone en costos de obra y de expropiación y finaliza citando algunos puentes excepcionales que superan los 40 m pero no alcanzan los 50, como el del Forth y el de Brooklin. Finaliza analizando las dificultades que conlleva la construcción de túneles, similares a las de los puentes elevados en cuanto a la necesidad de largos accesos con las consiguientes expropiaciones y encarecimiento de las obras, tan complejas, que en muchos casos deben abandonarse una vez iniciadas. Concluye diciendo que los túneles parecen reservados a infraestructuras muy específicas, como el metro de Londres. Porque, además, tanto puentes altos como túneles requieren de la existencia en ambas márgenes de terrenos no consolidados como urbanos. Por último, menciona una solución original pero muy poco efectiva que ya Alberto de Palacio ya estudió en Bilbao, el transbordador sobre railes sumergidos que proyectó el arquitecto Leroyer entre Saint-Malo y Saint-Servan, en Francia.
Por todo lo anterior, explica, la mayoría de los pasos marítimos siguen careciendo de medios rápidos y fáciles para cruzarlos; como el Sena, el Gironda, el Támesis, el Tyne, el Mersey, el Hudson, el Tajo, el Escalda, el Elba, el Neva, el Belt, el Sund, etc., todos los cuales deben cruzarse mediante un sistema de paso rápido y fácil. Arnodin incide en el problema al que se enfrentan muchas ciudades portuarias: la concentración de la industria y del transporte marítimo en nucleos urbanos, si bien proporciona facilidades para las comunicaciones lejanas, constituye una barrera para las relaciones fáciles con los vecinos inmediatos de enfrente. Y se pregunta, poniendo ejemplos concretos de ciudades a las que podría ofrecer su solución de puente transbordador:
Cuántas ciudades marítimas ven frenado su desarrollo porque los muelles, construidos en una sola orilla, son insuficientes para acoger las industrias que se benefician del contacto con el barco, mientras que en la orilla opuesta, terrenos casi vacíos permanecen inutilizados por falta de un acceso fácil; como Burdeos, Amberes, etc., que están demasiado apretadas en sus muelles y no pueden aprovechar los inmensos emplazamientos de bajo coste que hay enfrente, a sólo unos cientos de metros.
Cuántas otras ciudades, que han hecho grandes sacrificios para construir muelles en ambas orillas, como Ruan, por ejemplo, dejan casi improductivos los muelles situados frente a la orilla principal, porque los comerciantes o carreteros se ven obligados, para llegar hasta allí, a cruzar el primer puente fijo río arriba, imponiéndose así un desvío relativamente considerable que pasa una elevada factura a las mercancías.
Por último, cuántos millones se gastan cada día en pérdidas de tiempo, en transbordos de mercancías y en los daños resultantes -como en las orillas del Támesis aguas abajo de Londres, en Nueva York, en San Francisco, etc.- por falta de un medio rápido y fácil de enlazar los numerosos muelles o líneas de ferrocarril situados frente a frente en orillas opuestas.
Es decir, Arnodín inicia inmediatamente después de la conclusión del Puente Vizcaya una campaña de mercadotecnia empresarial y la difusión del modelo en Europa, EE. UU. y Canadá. Para ello ya ha desarrollado previamente, como se irá viendo, soluciones específicas para los distintos casos que se puedan ir presentando, con cauces más amplios a salvar, con vias dobles que aumenten la capacidad o con distintas soluciones técnicas y arquitectónicas para cada circunstancia concreta. Y no es descartable que ya para esas fechas hubiera iniciado gestiones con alguno de los puertos que cita en la publicación. Por ejemplo, Ruan o Burdeos. Uno de sus dibujos podría representar perfectamente cualquiera de estas dos ciudades o la también francesa Nantes.
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