Hace cien años, en Bilbao se discutía acaloradamente en la prensa, y cabe suponer que también en la calle, sobre el tan necesario nuevo puente de Begoña (el actual del Ayuntamiento) y sobre si este debía ser fijo o móvil. Partidarios de una y otra opción manifestaban sus argumentos en pro y en contra y rebatían los de los contrarios a su postura. El artículo que hoy reproduzco de Luis Antonio de Vega, fue publicado en el periódico diario LA VOZ el día 29 de agosto de 1925. Tiene interés, pese a los casi cien años transcurridos -y haciendo, obviamente, un ejercicio de comprensión histórica con respecto tanto a la forma como al fondo de algunas de las frases del escrito- en dos aspectos que me ocupan: por un lado, en lo que respecta a la navigabilidad de la ría y lo que significa con respecto a la personalidad de nuestra ciudad, Bilbao, y a la memoria del lugar en el que habitamos, una navegabilidad hoy amenazada de nuevo y que salvo algunas excepciones no ha tenido el necesario debate público; y, por otro, en relación a las referencias que hace al Puente transbordador Vizcaya. En el artículo hay también referencias a la interesante pasarela giratoria del Ayuntamiento, la conocida como del «Perrochico».

Pasarela giratoria del Ayuntamiento, también llamada puente de San Agustín o puente del "Perrochico". / Postal. Colección Joaquín Cárcamo.

Pasarela giratoria del Ayuntamiento, también llamada puente de San Agustín o puente del «Perrochico». / Postal. Colección Joaquín Cárcamo.

Con respecto al Puente Vizcaya, tras los años en los que el proyecto fue presentado y conocido y los de su posterior construcción, 1888-93, en los que las noticias en la prensa escrita y gráfica fueron numerosas, y tras alguna ocasional y escasa presencia en los medios en los últimos años del siglo, poco se escribió y publicó. Es cierto, que Alberto de Palacio sí tuvo aún repercusión pública durante las dos primeras décadas del pasado siglo XX, por sus proyectos para la nueva catedral de Vitoria, el monumento a Alfonso XIII o el dedicado al Sagrado Corazón, pero las referencias al Puente Vizcaya eran tan solo notas en la biografía del arquitecto. Por esa razón este artículo que habla de la importancia del puente para la ciudad queda recogido en el blog. De Vega lo llama «puente Palacios» y con respecto a esto hay que decir dos cosas: una referente a la denominación del puente, pero de ello hablaré más adelante en extenso en este blog; otra, con respecto al apellido del arquitecto Alberto de Palacio. En efecto, esta es una confusión que se produce a menudo y que añade complejidad a la investigación sobre el puente y sobre su coautor, ya que además en ocasiones se le confunde con el arquitecto madrileño nacido en Porriño Antonio Palacios Ramilo, con una importante obra construida.

Luis Antonio de Vega y Rubio el firmante del artículo, fue un periodista y escritor nacido en Bilbao en 1900, que colaboró en su juventud en diversos periódicos de la villa, como El Nervión, El Noticiero Bilbaíno o El Pueblo Vasco, hasta su marcha a Larache (Marruecos) en 1925. En 1937 fundó en San Sebastián el semanario Domingo. Publicó numerosas obras literarias, entre ellas la novela El amor de la sota de espadas, premiada y publicada en Madrid en 1955 y reeditada en Bilbao por El Tilo en el año 2000. Se interesó también por la gastronomía. Por tanto, el artículo que reproducimos debió ser una de las últimas colaboraciones realizadas en su juventud bilbaína. Falleció en Madrid en 1977.

Construcción del nuevo puente basculante de Begoña o del Ayuntamiento, en 1936 / Foto Autoridad Portuaria de Bilbao. Coloreada para un calendario.

Construcción del nuevo puente basculante de Begoña o del Ayuntamiento, en 1936 / Foto Autoridad Portuaria de Bilbao. Coloreada para un calendario.

CRÓNICAS VASCAS

El arco triunfal de la villa grande

Hoy, que Bilbao, la ciudad de las fiebres laboriosas, se apasiona con un problema para ella de tanta importancia como el de comunicar sus dos orillas, la que fué de lengua euzkeldune y la romance, nos parece oportuno hablar de las dos líneas paralelas de hierro que embellecen el azul flexible del paisaje de la ría que ya en algunas cartas extranjeras de marcar lleva el nombre de bahía de Bilbao.

Bahía de Bilbao, ya que, aunque no en su recinto urbícola, sí en su zoma de directa influencia está ubicada, es nombre que nos place más que el del Abra.

La villa que posee una bahía sabe que es grande, tanto como por los yacimientos metalíferos de sus montes amarillos, de la tierra encartada, por la cinta larga de su ría, a cuyo servido ha colocado sus calles y en cuya dirección ha orientado su plomizo panorama.

Eran esta orientación y este servicio inevitables.

La vena hidrópica que desde la vieja puente de San Antón hace saladas sus aguas hasta entonces dulces, es, por así decir, como el útero de la ciudad.

En ella, y no en ningún otro sitio, se incuba de continuo la grandeza bilbaína.

Y la gracia también.

La gracia, sí; la gracia fuerte de las chimeneas de las naves que llegan hasta el Arenal,  que es como el corazón de la villa grande y hacen marinera a la población, que gana fatigosamente empresas por llegar al mar.

Gracia de vientos salobres que entran arrastrados por los tajamares de las embarcaciones ancladas en el muelle sucio de Ripa o en el otro muelle, no mucho más limpio, de la Sendeja.

Taponar, como se ha pretendido, con un puente fijo la ría, es desproveer a Bilbao, si no de su fortaleza, de su gracia; y una y otra les son imprescindibles a pueblos de grandes designios marineros.

Quienes levantaron puentes entre las dos orillas lo comprendieron así, y por eso fueron móviles, y no fijas, sus construcciones:

Don Antonio Ruiz de Velasco –¿por qué la ciudad ha olvidado este nombre, merecedor ciertamente de un recuerdo cordial?–, mejicano injerto en bilbaíno, al construir el puente giratorio que permite el paso de las naves hasta el otro puente del Arenal, y D. Alberto Palacios, el autor del puente Vizcaya o transbordador de la bahía, verdadero arco de triunfo en la desembocadura de la ría, brazos de hierro que sostienen con largos cabios el vehículo que transporta de una a otra margen del Abra bilbaína todo el tráfico intenso y acorta las distancias en un perímetro de veinticuatro kilómetros a lo largo del canal.

Hierro de nuestras fraguas, golpeado con martillos de nuestros Altos Hornos, fué el  material empleado en la construcción del llamado giratorio.

De hierro también será el nuevo que se levante, y móvil como los otros, y aun nos  aventuramos a pronosticar que con hierro de la zona minera, trabajado en la basílica de los metalarios baracaldesa.

El arco triunfal de la villa grande. / La Voz, 29 de agosto de 1925.

El arco triunfal de la villa grande. / La Voz, 29 de agosto de 1925.

El puente Palacios. Es preciso, si la villa no ha de olvidar a los hombres que la  engrandecieron, restituirle su antiguo nombre al llamado comúnmente transbordador del Abra; es ya la representación más verdadera de Bilbao, aunque todavía quede un poco lejos de su área civil, y baja su arcada, amplia y elevada, desfilan en los mástiles de las embarcaciones todas las banderas de la tierra.

Ventana que liga a Bilbao con el mundo, con los puertos obscuros del norte y con los puertos claros del mediodía; arco que nuestras naves acogen con complacencia, porque su inmensa mole de hierro es a la manera de un signo, y hasta de un límite, de la ciudad tenaz, y merced a sus puentes móviles, graciosa.

No de otro modo que los órganos todos de la mujer son complementos y hasta cierto punto servidores de los consagrados a la maternidad, así todas las dependencias de la villa marinera que es Bilbao deben completar y servir a la ría, que es el camino por donde una amplia franja de tierra española busca los azules cambiantes del mar.

Bajo la especie de estupor del paisaje celeste de las nieblas persistente, avisa a los nautas con su gravedad, que es ligereza de líneas en el panorama bello donde se encuentra levantado; que aquélla es puerta grande de un pueblo, grande también, que tiene su entrada natural por la bahía.

Después, las altas chimeneas del Desierto, el tráfico de los muelles, las gabarras y los humos de los barcos completarán la inicial advertencia del puente y la prolongarán hasta la calle más céntrica de Bilbao: la de la Estación, en cuyo arranque puede detenerse el barco.

Don Alberto Palacios, tan pocas veces nombrado y tan merecedor de que la dudad acoja su nombre en el relicario más íntimo de quienes le son gratos, nos donó con su atrevida obra de ingeniería un adorno que hace más bellos los casi barrios bilbaínos de  Portugalete y Las Arenas, y unió, sin necesidad de cegar la ría, las piedras de los muelles, en los que chocan las aguas, en uno en vascuence y en el otro en el claro castellano de las encartaciones.

Don Antonio Ruiz de Velasco completó por entonces la obra del insigne bilbaíno con la construcción da su puente giratorio, y a uno y a otro les debe Bilbao gratitud.

Pero la villa ha ampliado enormemente su perímetro, ha lanzado sus nuevas casas a trepar por los flancos de los montes limítrofes (en uno de ellos, en el de Mallona, llevará su nuevo Instituto en breve), y le son precisas otras comunicaciones que abrirá sobre la ría con clara consciencia, y no con el paso lento y solemne de las ciudades viejas, sino con el brío de los pueblos jóvenes.

Cuando esto haga, que será afortunadamente en un plazo corto, Bilbao debe lanzar la mirada de sus ojos expertos a lo largo de todo su canal navegable y guardar un agradecimiento durable al constructor de un puente que es arco de triunfo de la villa grande.

Luis Antonio DE VEGA

El Puente Vizcaya en 1934, pocos años antes de ser dinamitado y perder la viga. / Foto Autoridad Portuaria de Bilbao. Coloreada para el calendario de 2024.

El Puente Vizcaya en 1934, pocos años antes de ser dinamitado y perder la viga. / Foto Autoridad Portuaria de Bilbao. Coloreada para el calendario de 2024.

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